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viernes, 27 de julio de 2012

CEB: La utilidad de la historia en el mundo de hoy.



Por Anneo.
La utilidad es una cualidad relativa, depende siempre de la persona que la otorga. Algo es o no es útil en función de los intereses de la persona o del grupo. Por ejemplo, en el Antiguo Régimen era muy útil tener un título nobiliario puesto que proporcionaba entre otras cosas, estatus social y ventajas económicas. Hoy en día el disponer de un título nobiliario es del todo inútil para un individuo, salvo para aquellos que necesiten satisfacer su ego siendo llamados conde, duque o marqués. Aplicando esta idea a la sociedad actual, vemos que lo que hoy en día se considera útil son cosas como la rentabilidad (siempre económica), la acción social o la capacidad de comunicación. Es fundamental ser útil para el tiempo en que se vive, pues si no la actualidad te convierte inmediatamente en pasado. En el vertiginoso mundo de hoy, caracterizado por la revolución tecnológica, la facilidad al acceso de información y una crisis económica de -ya demasiado- larga duración, todo proceso se ve acelerado y lo obsoleto se queda atrás sin ni siquiera hacer ruido. 

Si en este panorama hablamos de la historia como ciencia social, tenemos que decir que el debate sobre su utilidad es una constante dentro y fuera de los muros de la disciplina. El historiador Marc Bloch abre su importante obra Introducción a la Historia poniendo sobre la mesa esta cuestión, argumentando que la humanidad no puede permitirse rechazar el saber por el saber, es decir, debe buscar la obtención de conocimiento por el simple placer del conocimiento. No puedo estar más de acuerdo con su idea, pero creo que desafortunadamente avanzamos hacia una época eminentemente resultadista que no considera útil un conocimiento no aplicable.

         La historia ha sido criticada a lo largo de los últimos siglos de manera constante. El propio Marc Bloch en la misma obra hace mención a tales críticas, y lo hace exponiendo los ataques a los que se tuvo que enfrentar la historia de su tiempo y cómo salió adelante, explicando que lejos de debilitarla, hicieron mejorar a la disciplina. Parece que este procedimiento es básicamente el que ha venido ocurriendo a lo largo de los últimos siglos. Tal y como nos muestra Carreras Ares en su pequeña obra historiográfica Seis lecciones sobre historia, el proceso de renovación es continuo y sucede siempre tras la adaptación de la disciplina a las necesidades del mundo intelectual del momento, pasando siempre de estar en el bloque de lo criticado a ser parte del conjunto de tendencias que hacen evolucionar a la sociedad.

Así pasó en la época de Voltaire y Turgot, cuando la razón desacreditó a la historiografía anterior, pues las explicaciones religiosas no eran comprensibles en la época de la Ilustración. También ocurrió en la etapa siguiente, la época del auge del liberalismo y el despegue definitivo de Occidente como eje del mundo, cuando se necesitaba de una ciencia social que armara ideológicamente aquel siglo de avance tecnológico, revolución industrial y triunfo del estado-nación. El positivismo de Ranke, Comte, Seignobos y un largo etcétera de autores satisfacían las necesidades de estos nacionalismos románticos e imperialistas a la vez que intentaban que la historia no quedara atrás en el siglo de los grandes avances de las ciencias naturales. Después el mundo volvió a cambiar, el acceso a la cultura se democratizó y la realidad ya no podía ser explicada de forma satisfactoria a través de los métodos tradicionales. Las nuevas ciencias sociales como la sociología o la antropología respondían mucho mejor a las necesidades de la sociedad y ejercían una competencia feroz sobre la historia. La solución pasó por ampliar el enfoque y mejorar la capacidad explicativa, labor que llevaron a cabo las nuevas generaciones de historiadores que incluyeron de forma activa en sus análisis la economía y la sociedad. E. J. Hobsbawm en su autobiografía describe este proceso de renovación interna de la siguiente forma:
«Se trataba de la batalla entre el supuesto convencional de que “la historia es la política del pasado” […] y una historia de las estructuras y cambios de las sociedades y las culturas, entre la historia como narración y la historia como análisis y síntesis, entre aquellos que consideraban imposible generalizar sobre los asuntos del hombre en el pasado y los que eran de la opinión de que ese punto era esencial1».
 
Es el momento de la irrupción de la Historiografía Marxista y la escuela de los Annales. Más tarde el mundo se complica de una forma nunca vista hasta entonces y la historia pasa a escoger la cultura como foco de acción, dejándose influenciar por el auge de los grandes movimientos sociales. En resumen, se puede interpretar que las necesidades de una determinada sociedad cambian con el tiempo y que la historiografía tiene que adaptarse a esos cambios para encontrar su lugar en el nuevo panorama. De esa forma logra proporcionar respuestas a las demandas sociales. Es decir, consigue ser útil.

Ahora, en esta situación de crisis mundial, la historia debe seguir haciéndose la misma pregunta, quizá de forma más apremiante por culpa de los nuevos tiempos. Volviendo a Marc Bloch, conviene recordar que el historiador francés desarrolló su labor más destacada en los años 30 y 40 del siglo XX, en medio de la recesión provocada por el crack del 29, la llegada al poder de Hitler, el creciente antisemitismo (él era de familia judía) y la caída de Francia ante los nazis. Mientras era testigo y protagonista de estos sucesos ideó y puso en funcionamiento un planteamiento de estudio histórico que supuso una revolución para su tiempo, siempre con el objetivo de hacer que la historia respondiera mejor a las necesidades del momento. Introducción a la Historia comenzó a ser escrito justo en el punto más crítico de aquellos años, cuando los Aliados perdían la guerra y Bloch era miembro de la Resistencia Francesa. Una reflexión historiográfica tan profunda realizada en el corazón de la Segunda Guerra Mundial es el mejor ejemplo de un planteamiento de la historia hecho desde la voluntad de sumar en y para la sociedad.

       En mi opinión, la solución pasa necesariamente por focalizar hacia lo colectivo y no hacia la disciplina. Es decir, aportar a la sociedad en vez de a nosotros mismos. Caer en el papel de simples técnicos que informan de los acontecimientos pasados sería el definitivo desplazamiento de la disciplina a un papel secundario dentro de las ciencias sociales. Pero, si como hemos dicho antes, la historia debe adaptarse a las necesidades de la sociedad del momento, ahora le tocaría adaptarse al mundo del capitalismo feroz y servirle en sus deseos hacia la historia, que resumiendo es el proveer de una mina de hechos a explotar económicamente (sobre todo en el ocio) y mantener la legitimación de los estados-nación. A este respecto, en la misma autobiografía que antes referenciábamos, Hobsbawm previene de las presiones que sufre la historia por parte de los grandes intereses políticos y económicos, alertando que éstos buscan manipularla para extraer de ella conclusiones sesgadas que se adapten a sus deseos particulares: la actual es la gran era de la mitología histórica2. Ninguna ciencia social debería caer en esa trampa.

Es necesario que la historia aporte algo más al mundo actual que una relación de épocas idealizadas que son adaptadas por los intereses dominantes. Cambiar la mitología histórica de la que advierte Hobsbawm por una ciencia capaz de dar respuestas a los sucesos de hoy. Para alcanzar esta tan deseada utilidad, sería necesario que fuéramos capaces de proporcionar nuestras propias soluciones a través del estudio de los sucesos del pasado, mediante visiones de conjunto y conclusiones que pudieran servir para solucionar los problemas del presente. Todo suceso de hoy es consecuencia de lo ocurrido ayer, la capacidad de explicar algo tan obvio debería ser nuestro principal activo. Por suerte nosotros no estamos en una situación tan crítica como la vivida por Marc Bloch, la demencia del homo homini lupus no ha escalado tan alto, al menos por ahora. Pero no sería mala idea seguir su ejemplo y dejar de mirar a nuestro ombligo para mirar por la ventana al mundo que hay fuera. De hecho, quizá la única conclusión incuestionable que podemos extraer del estudio de la historia es que la renovación, en todos los ámbitos, es inevitable.

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1. E.J. Hobsbawm (2005): Años interesantes. Una vida en el siglo XX. Pg. 270.
2. E. J. Hobsbawm: ibid, Pg. 274.

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 Bibliografía:
  • Bloch, M. (2000) Introducción a la Historia. Fondo de Cultura Económica. México D.F.
  • Carreras, J.C. (2003) Seis lecciones sobre historia. Institución Fernando el Católico, Zaragoza.
  • Hobsbawm, E.J. (2003) Años interesantes. Una vida en el siglo XX. Crítica, Barcelona.

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