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miércoles, 7 de noviembre de 2012

Autor: Anneo.

CEB: Victoria y violencia: El vencedor, verdugo del vencido.










    "La historia la escriben los vencedores". Frase repetida hasta la saciedad, que se escucha en numerosos círculos, dicha por todo tipo de personas de toda condición. Es una frase que se repite como un axioma cargado de verdad. Es una frase que, en mi opinión, los historiadores deberíamos combatir. Más que nada porque su significado encierra una idea preocupante para esta rama del saber, la de que no podemos hacer nada para desentrañar los hechos de manera eficaz para posteriormente interpretarlos y mostrarlos de forma veraz y eficiente. O sea, nuestro trabajo. Por eso siempre que alguien cita esta frase delante de mí, me veo obligado a aclarar que puede que la historia la escriban los vencedores, pero el buen historiador siempre tiene armas para desestructurar el discurso del victorioso y para hallar fuentes que sirvan para conocer al vencido. 

 
      Pero en cualquier caso, sí: La historia la escriben los vencedores. Son ellos los que juzgan y dictan sentencia, siempre de acuerdo a su ideología y enfocando desde su prisma. El vencido, por tanto, es mostrado como un ser inferior, representante de lo que no es justo (llámese delincuente, opresor, o Maligno, tanto da) donde lo correcto es siempre representado por el que escribe, el vencedor. Es la necesidad de entender el mundo de forma dual, donde el otro es lo negativo frente al yo que es lo positivo. Esto se puede exponer a través de una leyenda religiosa en la que un conjunto de dioses y héroes del orden vencen a los malvados monstruos del caos, o a través de una película en el que un héroe estadounidense es más listo, más guapo, más gracioso y de más éxito social que el malvado ruso cuya personalidad es un mix perfecto de sociópata y violento maltratador. Por poner sólo dos ejemplos. En último sentido lo que procura el discurso del vencedor es mostrar que el otro ha sido vencido, es decir, que lo que él representa, su ideología, sus aportaciones, etc. son inferiores porque no han logrado vencer. Es un discurso destructivo, mediocre y temeroso. Destructivo porque, impulsado por su propia naturaleza de vencedor, sólo sabe definirse como lo contrario de lo que es criticado. Mediocre porque no es capaz de hacerse valer por sí mismo, por sus propias virtudes, y necesita empujar al otro hacia abajo para ser capaz de mantenerse arriba. Temeroso porque el vencedor sigue teniendo miedo de su enemigo, sino no se preocuparía de asegurar la losa bajo la que lo enterró mediante un discurso histórico interesado. Además, es un discurso que disuade al ciudadano de hacerse cualquier tipo de pregunta autocrítica sobre su realidad. Normalmente, es tan simple y perfecto que si no se somete a crítica parece infalible. Recordemos que al pueblo no se le suele enseñar a pensar. 
 
      "Vae victis", suele decirse: "Ay de los vencidos". Con ellos se puede hacer todo lo que el bando ganador desee. Pero conviene entrar en consideración con el vencido. Una sociedad que dejase de analizar su pasado en función de vencedores o vencidos (es decir, somos eso y no fuimos eso otro; somos lo bueno y por suerte no somos lo malo), sería una sociedad mucho más íntegra y coherente con su naturaleza, porque la naturaleza de los vencidos también es parte de nosotros a través de su ausencia. Al decir que hay que entrar en consideración, no digo que haya que defender las causas pasadas, no podría por ejemplo defender nada de lo que hicieron los fascismos, con los nazis a la cabeza, durante buena parte del siglo XX. Pero sí que sería una muestra de madurez el asumir que el vencido forma parte de nosotros precisamente por haber sido vencido; una sociedad se define tanto por lo que es como por lo que no es, son dos dimensiones de una misma naturaleza, dos caras de una misma moneda. Por ello es bueno que nos sentemos con calma y hagamos uso de la razón aplicada (esa que dejó de usarse hace mucho, pero eso ya queda para otro artículo) para analizar seriamente qué fue de nuestros vencidos, no para defenderles (necesariamente) sino para comprenderles y así, de paso, entender mejor el mundo en el que vivimos. Quizá así no nos llevemos sorpresas en el futuro cuando, por ejemplo, nuestras democracias decidan que es mejor tener a la sociedad sin sanidad ni educación a dejar que una entidad financiera politizada quiebre. Alguna cabeza pasada podría levantarse de su tumba y decir: Os lo advertí.

      Al ciudadano le vendría muy bien, en estos tiempos de pérdida de derechos, darse cuenta de que los que dicen ser los buenos no tienen porqué serlo y viceversa. Le vendría bien pensar por sí mismo si otras opciones que fueron posibles en el pasado podrían aplicarse hoy en día, cambiándolas en mayor o menor medida. El simple proceso de someter esto a análisis ya supondría un paso hacia adelante, pues evidenciaría todo un síntoma de madurez: la sociedad dejaría de necesitar modelos ideológicos y de comportamiento impuestos y permitiría al individuo adoptar el estilo de vida deseado por él que, estando siempre de acuerdo al marco de convivencia común, le permitiría desarrollarse de manera autónoma tanto en el plano social como en el personal. Eso es independencia para el individuo. Eso es libertad.

       De todas estas cuestiones se deduce que es necesario esforzarse en ver la realidad que está debajo del discurso del vencedor, porque supone una aceptación de lo otro, de las otras realidades que no llegaron a existir, teniendo siempre presente que a través de su análisis podremos disponer de más armas para forjar un futuro mejor. De otra forma estamos barriendo realidades que no nos convienen (que es el objetivo del discurso del vencedor) en vez de afrontarlas con convicción y espíritu crítico.

       El caso que veremos a continuación ilustra perfectamente lo que pretendo decir: Cómo el vencedor transfigura la condición del vencido hasta hacer que en el futuro nadie lo reconozca por cómo fue, si no por cómo es mostrado por el ganador. Cuando escribo estas líneas es 5 de noviembre y en Inglaterra, como en todos los años desde 1605, se celebra el arresto de un hombre que después fue condenado a muerte por tener una ideología diferente a la del poder establecido. Guy Fawkes1 fue un conspirador que, dentro del contexto del conflicto religioso de la Inglaterra de la época que enfrentaba a protestantes y católicos, tomó parte por estos últimos. Se le condenó por intentar ejercer violencia (volar las Casas del Parlamento), cosa que no defiendo, pero hay que aclarar que no es un tipo de violencia diferente a la que ejercían sus enemigos, los vencedores. Fueron ellos quienes, escribiendo la historia de manera claramente parcial e interesada, manipularon al pueblo para que celebrasen como fiesta lo que de hecho fue un acto de represión política e ideológica pagado con la pena capital. Pero esto no se explica: Guy Fawkes es agente del caos que intentó derrotar a las íntegras fuerzas del orden. Es uno de los mejores ejemplos de los que disponemos hoy en día sobre cómo una parte de un conflicto (en este caso la protestante) al triunfar, altera por completo la realidad del vencido, transmutando su naturaleza. Concretamente, lo transformaron de un bando más en una contienda a un personaje jocoso cuyo monigote hay que quemar. Un linchamiento público simbólico fomentado por el poder que encierra el discurso de “maltratemos al que no es lo que soy yo”.


       Conviene recordar al vencido, no necesariamente para defender sus acciones, si no para someterlo a un juicio justo. Pero eso ya no sólo como historiadores, si no como personas. Y de paso también someter a juicio a los ganadores, de los cuales sí somos herederos directos. A lo mejor así comprenderemos mejor el mundo en el que vivimos, aunque es muy posible que no nos guste lo que descubramos. Obviamente, el discurso del vencedor nunca incluye un espacio para la autocrítica.

Por Anneo.
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1. Guy Fawkes (1570-1606), conspirador católico inglés. Participó en el complot conocido como Conspiración de la pólvora, cuyo objetivo era el asesinato del rey protestante Jacobo I mediante un atentado contra las Casas del Parlamento británico. Para conmemorar el fallido atentado, la noche del 5 de noviembre se celebra la Bonfire Night, una noche en la que hacen hogueras y se queman muñecos en representación de Fawkes, conocidos como los Guys.

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